Por Álvaro Acevedo
Foto: Carlos Núñez

¡INTOLERABLE!, gritaban algunos aficionados con su correspondiente bebida blanca en la mano. ¡VERGONZOSO!, exclamaban unas señoras al salir de la plaza. ¡LAMENTABLE!, sentenciaba un aprendiz de ganadero con una curiosísima sonrisa de felicidad porque a Morante le habían echado un toro al corral. Sólo faltó esa escena de otras épocas, cuando media ciudad era capaz de perseguir como si le fuese la vida en ello al desgraciado que robaba una gallina, al grito de ¡al ladrón, al ladrón!

Este periodista, al parecer cada vez más alejado de la realidad, fue contemplando atónito los acontecimientos del Domingo de Resurrección sin entender absolutamente nada. Porque en efecto hubo algo INTOLERABLE, pero nadie pareció advertirlo. Seis adefesios, seis, para ajusticiar definitivamente al ya olvidado “toro de Sevilla”. Seis mostrencos comprados por la empresa con la permisividad de tres figuras del toreo y sus respectivos entornos, incapaces de exigir para una tarde y una feria de semejante categoría seis toros como es debido. Seis toros impecables, armónicos, en tipo, tamaño y kilos para poder embestir, y no semejante gayumbada válida para el reconocimiento veterinario de una autoridad sin criterio, pero difícilmente apta para el toreo, que es para que lo que la gente había llenado la plaza hasta los topes.  

Y en efecto, mientras Alejandro Talavante toreaba con pulso y ritmo, quietud y mando, estilo y temple, a un toro de embestida poco clara; mientras era capaz de jugarse la cornada sin que nadie lo advirtiera, tanta era su serenidad y sapiencia; mientras dibujaba naturales cargando la suerte y con los riñones encajados; mientras suavizaba la embestida sin esfuerzo, sólo con el mando de sus muñecas; mientras paseaba la oreja tras un estoconazo de ley al tercer toro; y mientras domeñaba la aspereza y nula entrega del sexto de la tarde en una faena entregada, de firmeza, de ambición y, finalmente, brillante, a mí había algo que me parecía VERGONZOSO: que este torero tan grande y en tan excelso momento, no esté contratado más tardes en la Feria de Abril de Sevilla.

Y sí: hubo algo absolutamente LAMENTABLE. Y fue que a Morante de la Puebla se le tuviera más en cuenta los tres avisos que le dieron porque la faena fue necesariamente larga ante un toro al que hubo que ir desengañando poco a poco; tres avisos porque a José Antonio le costó mucho igualar a un enemigo que quería huir a chiqueros; y tres avisos porque luego, tras media estocada defectuosa, el de Garcigrande se tapó y Morante, muy nervioso, falló estrepitosamente al descabellar, suerte a veces necesaria pero más propia de matarifes que de toreros.  

Y fue LAMENTABLE que todas esas circunstancias pesaran más que una faena milagrosa, sustentada en el valor cabal ante un trolebús de peligro sordo que ya había mandado a la enfermería al Lili. Una faena que fue un derroche de torería, de maestría y de clasicismo. Una faena de  redondos lentos lentísimos, de pausas buscando la colocación exacta, de espera angustiosa de la embestida incierta, de tres naturales mágicos con el pecho marcando el compás, de un molinete corralero para librar un hachazo a traición, de tres ayudados por alto que olían a Ronda pura, y de esa lentitud dramáticamente bella que acompañó a toda la obra, una obra que vuelve a dejar en evidencia a aquellos indocumentados que, todavía a estas alturas, se atreven a decir que Morante necesita “su toro”.

Todo esto fue lo que este periodista observó como INTOLERABLE, VERGONZOSO y LAMENTABLE a lo largo del festejo. Bueno, todo esto y que, después de dejar escapar al mejor toro de la tarde con un muleteo mecánico, despegado y sin compromiso, José Mari Manzanares se marchara encima de rositas.