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El torero nace o se hace... |
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Artículo del día 2/06/2001: El torero: ¿nace o se hace?.
(Plaza de toros de Ariza, prefabricada, en la decada de los años 1940. Este fue mi primer escenario y el nacimiento de mi afición dos decadas despues - años 66/77-) Fotografía en el Ministerio de Cultura : Un ejempo de la afición a los toros de un pueblo, Ariza.
He sido espectador desde siempre, desde mi niñez... Todavía no había alcanzado el uso de razón, no había cumplido los siete años... En mi pueblo, Ariza (Zaragoza), los toros se corrían una vez al año, en la fiesta mayor. Recuerdo la ilusión que tenía cuando, con una antelación de unos quince dias a los festejos programados, se montaba sobre los muros bicentenarios de piedra con arena y cal, con numerosos operarios, una "monumental" plaza de toros de madera (grandes tablones, de los que no se ven ahora) y cañizos para cerrar el encorno y no permitir el acceso sin entrada.
Escuchaba a los aficionados del lugar hablar de la ganadería elegida... de Navarra... o de Salamanca.... Y los toreros: Novilleros punteros; siempre formaba terna uno de la tierra y la gente comentaba este llegaría a ser figura: el paisanaje es fundamental para apoyar a una joven promesa. No hay que olvidar que los triunfos se conceden con una petición mayoritaria.
Recuerdo que el mismo día de la corrida yo empezaba a pasar miedo. El día anterior había sido la charlotada y en la parte "seria" me veía en la imaginación más mayor y como matador. Al medio dia, me colaba al "simulacro" de sorteo cerca del alcalde, la guardia civil y los banderilleros: estaba en mi salsa. Finalizado este acto preliminar, los comentarios del apartado eran: " los toros de menor presencia van por delante", "el último es el de mayor peso, pero es cómodo de cabeza, aunque está muy agresivo", "si se sigue moviendo se destroza en el chiquero..."
A la hora de la comida, el cuerpo me pedía hacer lo mismo que harían los matadores de la corrida: comer muy ligero dos horas antes del inicio, por si algún posible percance necesitase la intervención de los médicos... A las cinco y media era la hora de la verdad. Siempre le pedía a mi padre pasar por el improvisado patio de cuadrillas, antes de llegar a nuestra localidad, para ver el color de los vestidos de torear y poder saludar al torero que me parecía el posible triunfador a través de la simple lectura del cartel (iba predispuesto, era un espectador fácil, torerista). ¡Ah! Tocarle la chaquetilla... Así, cuando subía al tendido me sentía una parte activa del espectáculo. Es algo distinto, entre bonito e ilusión, lo que siente un torero en ciernes por tocar la seda y los alamares... Desde luego cuando quien lo acaricia sueña con ser algún dia figura del toreo.
Desconocía el reglamento taurino, solamente pretendía ver el desarrollo del festejo desde el punto de vista de la plasticidad y de la emoción, sentado en una localidad lo más cerca posible del ruedo (el callejón me parecía el sitio ideal para cuando cumpliese más años). Esperaba impaciente al toque de clarín y la salida del toro.
Los lances de recibo (al menos a mi me lo parecían) se producían con el toro reblincado, y el "hachazo" del pitón pasaba muy cerca del cuello del torero. Cuando el toro venía vencido, el torero quedaba a meced del morlaco y soltaba el capote para tomar el "olivo"( refugio en el callejón).
El presidente asomaba el pañuelo blanco y cambiaba el tercio. Los banderilleros eran toreros entrados en años... fuerón novilleros hace muchas "hierbas". Rara vez se quedaban prendidos los dos palos a la primera entrada. El público, costumbre de entonces, pedía que en el siguiente encuentro ese banderillero portara el palitroque del suelo y los dos siguientes ( llevaría entonces para salir airoso del encuentro dos en la mano en la que, por su constumbre, se apoyaba con más fuerza ).
En la suerte de muleta, yo pasaba mucho más miedo. Tragaba saliva a la vez que el matador tomaba un buchito de agua . Antes de ir a por el toro, el mozo de estoques le mojaba las zapatillas por el talón con el botijo de barro cocido. Al ser novillo-toro sin picar, empezaba la faena dandole unos buenos doblones para hacerle daño en el espinazo: para que se doliese un poco y estuviera menos brusco en el inicio de faena.
En los primeros lances de muleta, si la embestida era complicada, sufría porque el matador no podía hacer la faena que llevaba en la cabeza. Intuía que el tercio de muleta era más arriesgado que con el capote: tanto es así que se me saltaban las lágrimas. Algún año después me tapaba los ojos y en los años siguientes añoraba que no fuese yo quien estuviese en el ruedo. No obstante, mis ojos no se apartaban de la muleta. Pensaba: " Hay que ponerla muy plana, citar de frente y muy cruzado y tomar el estaquillador ( palo de la muleta) por el centro. Y girar la cintura al paso del toro con los pies muy firmes en la arena. Hay que mandar mucho hasta que pase el toro. Hay que acompañarle el viaje...." Pero no perdía un detalle en el momento que los cuernos pasaban muy cerca de la barriga.
Los muletazos tienen que rematarse abajo, de arriba a bajo: las series largas y rematadas con un pase de pecho muy hondo, ofreciéndole el pecho del torero al toro; y los estatuarios, muy desmallados.
Me parecía poco estético y una lástima del traje cuando el torero se manchaba la taleguilla y la chaquetilla de sangre (desconocía que a los vestidos de torear se les quita la sangre con agua clara en la bañera). El torero no ha de descomponer la figura por nada. Él es quien hace arte en cada uno de los lances.
En el momento de la verdad, al entrar a matar, mi mirada estaba fija a la vez en la muleta que iba al ocico de toro, en la mano del estoque y en los pies del torero. Hay que marcar los tres tiempos: los pies, la muleta abajo y la mano con el estoque a enterrar los gavilanes en todo lo alto del morrillo: la ejecución ha sido buena (aunque ha quedado la espada baja, contraria o en el hoyo de las agujas).
Triunfo, orejas e incluso el rabo. En aquellos tiempos, también se pedía a voces: "y la pata..."
A partir de ese momento, la cara del matador era otra cosa. El semblante era de alegría, asomaba la sonrisa por la comisura de sus labios: había pasado el miedo. Hasta la tarde siguiente.
También yo quise ser torero porque, siempre en las películas de toros y en la plaza, el brindis era para la espectadora más guapa... "¡Será su novía...!" decía la gente.
Pasados los años tuve la oportunidad de ponerme delante de los novillos y probar su embestida. Puedo asegurar que es tan difícil y tan bonito cuando pasa que es indescriptible lo que se puede llegar a sentir.
Por tanto, todo, todo mi respeto para todos los toreros ("compañeros") que se juegan la vida; son artistas y, en realidad, aman a los animales.
Chema Cubero
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