A punto de clausurar una nueva temporada, la última de este primer milenio taurino, podemos ya atrevernos a aventurar una primera reflexión sobre los resultados de una campaña, ésta del año 2000, marcada de nuevo por el más rotundo signo de la decepción.
Ya las primeras ferias del año, la de la Magdalena en Castellón y la de Fallas en Valencia, vinieron señalando lo que después iba a resultar común en el resto de los grandes ciclos de la temporada: el lamentable estado al que la irresponsabilidad del negocio taurino ha conducido a la mayor parte de las ganaderías que conforman la cabaña de bravo nacional. Así, tan sólo unas pocas de esas corridas mal llamadas "toristas" - algún día tendrá alguien que desentrañar tanta perversión semántica- respondían en estas primeras comparecencias del año a los niveles mínimos de casta y fortaleza exigibles al toro de lidia. Peor fue lo de Sevilla donde el camelo del llamado "toro de Sevilla", un animal teóricamente bien hecho y con los kilos justos, se volvía a venir de nuevo abajo ante el fracaso de gran parte de las bien elegidas corridas allí lidiadas.
Lo de Madrid y su feria de San Isidro merece un comentario aparte, pues resulta el más claro exponente de la realidad de una Fiesta manejada por políticos y negociantes desde el más absoluto desprecio hacia los sufridos consumidores de un espectáculo pobre y aburrido. De este modo, y como no podía ser de otra forma, otra vez la feria más rentable del circo taurino discurrió por la senda del aburrimiento y la mediocridad merced a ese ramillete de ganaderías de máxima garantía exigidas por los apoderados de las "figuritas", consentidas sin rechistar por la empresa venteña - aun a sabiendas de su fracaso seguro - y toleradas por una comunidad de Madrid complaciente con los tejemanejes del negocio taurino. Al final, y como viene siendo habitual en los últimos años, tan sólo la presencia en el ruedo de la calle de Alcalá de un reducido número de encierros "duros" permitió a los de siempre maquillar el resultado final de una feria desalentadora en su resultado.
Desde ahí en adelante más de lo mismo. Mejor en el norte y principalmente en Francia, donde desde hace años tiene más peso la voz de los aficionados y la fiesta destila un mayor aire de autenticidad. En el resto, en provincias y ferias de segunda y tercera categoría, un desastre generalizado. De nuevo, un año más la norma ha vuelto a ser el toro burdamente manipulado, invalido y descastado la mayoría de las veces, una suerte de varas simulada, faenas de enfermería vulgares y populistas, presidentes orejeros y público - que no afición - ayuno de cualquier mínimo conocimiento sobre la materia taurina. Claro está, esto ha hecho que el otro ranking llamado "segundo circuito" - imprescindible campo de perfeccionamiento profesional para matadores y ganaderos no consagrados - prácticamente haya desaparecido con las consecuencias que cualquier aficionado puede fácilmente entender.
Todo lo demás - festejos en pueblos, aldeas y villas de toda España - no ha pasado, normalmente, de resultar montajes más o menos encubiertos en los que abusando de la generosidad de uno o varios "desinteresados" ponedores y contando casi siempre con alguna jugosa subvención municipal y un desecho de novillada o corrida de alguna "acreditada" ganadería, se suele poner en entredicho la afición y el sentido del humor de los cada día menos "incautos" que seguimos tragando y pasando por taquilla.
Esta es, ni más ni menos, nuestra percepción de la temporada taurina que estamos a punto de cerrar. En todo caso todo es discutible y no faltarán quienes consideren esta temporada como una de las más brillantes del siglo que estamos a punto de concluir.
Para gustos los colores, pero nosotros estamos ya verdaderamente hartos.
( Es el comentario Editorial del boletín El Aficionado - Órgano de expresión de la Asociación Cultural " La Cabaña Brava", Nº 12 , Octubre 2000)